lunes, 12 de octubre de 2015

Carta a Ercilia Pepín, sobre la resistencia y la opresiòn


Carta a Ercilia Pepín, sobre la resistencia y la opresión
Por Ylonka Nacidit Perdomo. 12 de octubre de 2015 - 7:00 am -  2
Ahora, Maestra Ercilia, solo se escucha el eco del silencio cómplice; no hay agente autónomo. Menos de un cuarto de siglo nos ha bastado para reconocer –con dolor- que tu lucha, y la de otras muchas mujeres del 16, no cuenta.
Querida, recordada y admirada Maestra: He querido escribirte en el día de hoy. La fecha en el calendario es 12 de octubre. Sucede que, me siento un poco cansada, agotada de dar vueltas y vueltas sobre esa irreconciliable necesidad de tratar de entender el presente. Cada momento del diario colectivo, se quiebra; nos aventaja la tristeza, la decepción, y, las esperanzas se tornan vacías y lejanas. Siento que, a veces, los poderes fácticos pretenden empujarnos a ser solo unos transeúntes de la vida, que acatamos las configuraciones ideológicas y mediáticas que vienen de afuera y de adentro.
Maestra: El otoño empezará a irrumpir pronto, y marcará a la imaginación con la soledad, con una mirada que en las entrelíneas del poniente será taciturna, desfalleciente, sin itinerarios. No sabremos, entonces, hacia dónde viajar, si hacia a la memoria o hacia la espera de un milagro, o si precipitar a que los ciclos se cumplan, a que las redes de la historia con sus complejas normas y visos de circularidad rompan las amarras de la inercia, y den vueltas a la rueda del destino, y despertemos en primavera con los colores vivos que la luz del sol posa sobre las rosas y las flores, sobre los árboles, sobre las alas de las aves, sobre las mariposas, sobre el mar, y sobre la hierba silvestre de la montaña donde podremos hacer nuevos senderos.
Leí, hace un tiempo, aquello que escribiste, como si fuera una manera de vivir, cuando se enfrenta a los opuestos: “Sé de las luchas tremendas y de las inmensas e inacabables contrariedades, como que a duros golpes de esfuerzos bogué porfiadamente contra el oleaje hasta ganar la orilla amable” [1].
¿Recuerdas, Ercilia, esta expresión tuya, estremecedora como una confesión de las vorágines, de las contingencias que nos asaltan cuando procuramos romper las barreras de los infortunios? Esta frase ha sido mi referente para hacerte, por tu experiencia en los avatares de la vida magisterial, política y patriótica, estas preguntas:
Maestra Ercilia: ¿Qué es la opresión? ¿Cómo se puede analizar esa forma de penetrar, de quebrar a las conciencias, para construirle a los otros una identidad lacerada, que atraviesa al alma con una daga que altera los sueños, las entrañas mismas de la dignidad, y se hace una realidad totalitaria, tan conflictiva con el poder político, que es difícil de narrar?
¿Por qué se tiene que vivir como una muñeca quebrada, con los brazos rotos, con las piernas mutiladas y con los ojos desorbitados? ¿Por qué las mujeres de este tiempo no reaccionan ante la opresión con sentido crítico y agudo? ¿Qué nos impide tener una identidad propia, dejar de estar suspendidas en “el ideal” que los otros nos construyen? ¿Qué debemos discutir ante la hibridez de las posturas de quienes tejen –en complicidad con el sistema de opresión política- las mentiras? ¿Es que, acaso, no tenemos un imaginario como sujeto que nos empuje a estallar desde el silencio interior?
Quizás ocurre, Maestra, que las políticas tradicionales, de ahora, han ido perdiendo vigencia en sus múltiples batallas y frentes; no se toman un tiempo prudente para narrar sus experiencias, porque –al parecer- no auscultaron ni escudriñaron con detalles en la opresión genérica. Se dedicaron a las alianzas interpartidistas, y a pertenecer a las camarillas de la identidad del otro. No sepensaron ni un solo momento; no aprendieron a disgustarse con sus roles asignados. Sólo se dejaron determinar como sujetos en torno a las posturasdel otro y de los otros. No saldaron cuentas con el fantasmagórico líder de masas. Jugaron al terrible juego de apoyar por largo tiempo a lo dicho por el otro. Ciertamente, ellas, tienen los mismos problemas de ellos: la marginalidad del pensar. Han sido testigos pasivas, coetáneas, contemporáneas de la opresión en sus partidos, y están con ofuscamiento desposeídas de historicidad intelectual, segregadas, desagregadas del encuentro con las vestiduras que debían rasgar.
Las dirigentes militantes de los partidos políticos tradicionales son eternamente anecdóticas de sus negociaciones “triviales” y rosadas con el poder. No han sabido ir al encuentro de otras miradas; sus caminos están llenos de largas caravanas, de grandes mítines donde son pasajeras de segunda. El poder “paterno” las ha derrotado, sin alcanzar a ser un signo. “Todas a una” siguen viendo en el jerarca del partido, en el señor político, al padre; y en el líder a un mítico prócer que no resiste un escrutinio. Y, ahora, continúan idolatrando a los nuevos patriarcas, al jefe, al caudillo, al emprendedor que las corteja, que construye nuevos esqueletos ideológicos para ellas.
¿Cuál es el epígrafe que pondremos a la participación política de la mujer para el año por venir? ¿Escribirán, acaso, con letras mayúsculas algunas memorias; heredarán el despojo de los gobiernos; construirán otros ideales que no se desprendan de la pasividad femenina; harán posible que el fatal pesimismo sobreviva al holocausto de la opresión; mirarán hacia atrás, sobrevivirán en esta media isla sin respuestas a estas preguntas, o se pondrán una piel de aguerrida amazona? No sé, y ahora más que antes presiento, Ercilia, que los verbos, los adjetivos, los sustantivos, o ninguna palabra pueden alterar el imaginario social del cambio.
¿Cómo vamos a sobrevivir a la opresión subliminal, a la opresión que se ha hecho una dinastía retórica, a los que en mangas de camisa dicen “escuchar” como emisarios de un mundo patriarcal? ¿Aprenderemos a desobedecer, a curarnos de las alucinaciones, de los genocidios culturales que implica lacosmeticalización de la realidad? ¿Qué viviremos el próximo año: una tragedia o una paradoja, un nuevo sueño surrealista criollo, otro proyecto de rompecabezas, de dimensiones contradictorias sobre lo que debe ser, lo que debería de ser, y que a fin de cuentas será lo que es?
Muchos están afectados de quimeras. Las claudicaciones se hacen la orden del día, en este encierro de la memoria y la desmemoria. Ni siquiera se padece de la nostalgia, solo del halagador placer de lo inmediato, de venerar tener un perfil de éxito, porque los utópicos son estigmatizados como detractores.
La crisis, la crisis real de este tiempo, es la crisis de no querer pensar, de no querer tener ideas por temor al poder que aísla. La crisis aunque se hace malestar ha abolido la necesidad de mirarnos a los rostros. “Cara a cara” ni los políticos se miran, por el contrario, oscilan con “serenidad” en ocultar su cara corrupta, corroída por la resaca de sus arrabaleras acciones.
¿”Cara a cara” quién se mira ahora? O, ¿a quién se obliga a mirar al otropetrificado, visceralmente disminuido, con espejuelos, con la voz ahogada, pero con el gesto de autoridad?
La conveniencia es el equipaje que ha hecho el ultraje feroz de la dignidad y del “yo”, el refugio importantísimo para ser parte del acontecer político. La batalla de los utópicos es una batalla que se hace recurrente soledad, un capítulo de esa intimidad que sólo transcurre fuera de los libros, cuando nos acercamos a la mar, y ésta decide ir devorando las fuerzas del náufrago.
Recuerdo, Ercilia, aquellas ideas que nos legaste cuando escribiste en 1930: “Hemos contado con nuestra propia base territorial poblada por homogénea agrupación social sometida al régimen de nuestra propia organización gubernamental; pero nos ha faltado siempre y nos está faltando hoy más que nunca lo esencial: una común y definida conciencia de la Patria, sin lo cual ésta no es más que una ilusión evanescente”. [2]
Sin embargo, Maestra, en el presente, con dolor sólo puedo decirte: ¡Qué decadencia tener que existir alucinantemente en este siglo donde las masas legitiman a sus opresores, y éstos, las hacen seres desasosegados, seres agrietados, habitantes de un pueblo que no se apropia de su libertad por las continuas omisiones adrede de las páginas del pasado!
La opresión ha desencajado el significado de qué significa existir; los opresores hacen del “todo está bien” una instrumentalización, un arsenal de emisarios virtuales que argumentan la ficción de República que tenemos. Ellos, de lo cual los intelectuales no están ajenos, hacen del “todo está bien” un “petit récit”, una instancia de asentimiento, de dosis de no criticidad como testigos voyeristas del barniz de la propaganda.
¿A qué aspiramos ahora, Maestra, si nadie tiene hambre de entendimiento; si nadie hace de la literatura, de la lectura, un hábito para alcanzar su liberación existencial? Dime: ¿Cuántas unidades de historia debemos enseñar, cuántas unidades de libros debemos analizar, para reflexionar, y resolver las ambigüedades del discurso dominante de hoy?
Maestra: el poder opresor ha agrietado a la historia nuestra; ya no hay manera de interrogar con certeza qué paso, cómo fue lo anterior. El mecanismo de opresión actual es la información ausente; crear espacios en blanco, y ahí está la fisura para no tener certeza sobre el presente.
El presente, Maestra, es un espejo tiznado, franqueado por el deseo de inducir la oscuridad en una mayoría que no sabe entrar en pugnas con el poder, e irremediablemente no tiene herramientas para combatir en sus relaciones con el poder. El espejo tiznado ha hecho una cultura, una imago, una ideología de cero conflicto con el desbordante entusiasmo de la ficción asumida como verdad absoluta. Nos no colonizan; la nueva cultura es la invalidez de la oportunidad de la autorreflexividad, del acercamiento a la desconstrucción de esos imaginarios socio-políticos-culturales que disfrazan los discursos de la opresión.
¿Tú crees, Maestra, que estamos en el abismo de una crisis de valores? ¿Crees que hay alguna forma de romper esa subordinación periférica que se evidencia en este nuevo siglo, donde permanece la noción tradicional de cómo participar en la política? Ficción, historia, imaginario, traen las visiones organicistas de ese abismo de polifonía discursiva del poder. Nosotros no somos ciudadanos, somos seres humanos influidos e influenciados por la visión unilateral de la base-supra estructural del poder político tradicional.
Ahora, Maestra Ercilia, solo se escucha el eco del silencio cómplice; no hay agente autónomo. Menos de un cuarto de siglo nos ha bastado para reconocer –con dolor- que tu lucha, y la de otras muchas mujeres del 16, no cuenta. Esta es una sociedad abandonada a que todas debemos asumir el comportamiento que asigna el código patriarcal. Todas debemos jugar oficialmente a ser “muñecas menores” o “mujeres rotas”; ese es el status quo de la condición humana de la mujer en esta media isla. Si te dicen lo contrario, algunas mujeres, es porque no conocen la perspectiva burguesa de la opresión, porque ni se te ocurra ser subversiva ahora, no sobrevivirías a las voces femeninas que no desafían a las voces oficiales.
Recuerdas, Maestra, aquella Carta que le escribiste al General César Augusto Sandino, cuando le enviaste la bandera bordada por las alumnas de tu Colegio? Me he atrevido a leer en voz alta este fragmento de la misma, y he dejado a un lado un poco mi pesadumbre:
“En manos del Ejército Liberador que estáis proceramente comandando, esta bandera que venimos a ofrendaros –palpitante el corazón de patriótica unción- seguirá teniendo la misma significación concreta que ha ostentado hasta el presente tan sólo como símbolo de la soberanía nacional (…) Pero, desdoblando fronteras materiales, esta enseña acabará por conquistar una cimera significación abstracta o trascendentalmente genérica cuando el humo de los combates desiguales en que ella está siendo gloriosamente empurpurada levante en armas los hogares (…) en un soberbio conjuro de repudiación común, enfrenando por la obra de la razón o por obra de la fuerza los alardes del patibulario libertario”. [3]
¡Ay!, Maestra, ¿cómo se puede multiplicar las voces opuestas a la opresión? ¿Qué palabras poseen la autoridad lingüística de persuadir, para que una voz única se haga la voz de todas; para que las voces silenciadas se redescubran, para que las consciencias secuestradas comiencen a tener llantos, y se entienda que la democracia no puede ser una parodia, sino la oportunidad de discutir todas las voces opuestas entre sí? No quiero Ercilia que se siga perpetuando el mito del progreso por ese mundo oligárquico asociado ruinmente al Estado, que hace insostenible la sobrevivencia material de las mayorías, y la ruptura generacional con una legión de caudillos. Ya tú lo habías escrito que nuestro país es “de eternos ensayos y de continuas alzas y bajas en el sentido del progreso y de la cultura”. [4]
Afortunadamente, tú dejaste la autoridad de tu voz en tus textos, conociste de las pugnas que traen las pasiones, las claves que forman el entendimiento de las naciones, los intentos de cortadas, las aspiraciones de cambios, los atormentados desvelos que las convicciones traen. Pero Ercilia, ¡qué dolor hiriente me produce que muchas ni siquiera quieren tener una conciencia de reojo, una mirada oblicua, para transformar las mentiras en subversión y en resistencia!
¿Qué somos Ercilia, qué somos, qué urge hacer, qué hay que hacer para que la libre determinación de los pueblos no sea un microcosmos de letras sobre el papel, una musa para discursos dirigidos a la modorra mental de los que al oler esa peste del dinero de venta y contraventa de los chaqueteros políticos que prostituyen la conciencia y derriten “voluntades” con el aturdimiento del alcohol como un manantial para que se desentiendan de la motivación de la dignidad espiritual, y no puedan remediar la desgracia de ser unos genuflexos consumidores del clientelismo?
¿Crees que podemos alcanzar ese sueño tuyo, de que “al grabar en el conglomerado social la conciencia de la patria, estábamos asegurando a nuestra descendencia un hogar nacional que no obstante la reducción de sus linderos materiales y de sus posibilidades físicas podría alcanzar inconmensurablemente anchura en el reino de lo ético como santuario de honor, de felicidad, de justicia y libertad”. [5]
Quisiera pensar que esto es posible, pero me pregunto ¿cuál es la enfermedad más terrible que padecemos? Y me respondo: -El silencio y el olvido.
El silencio y el olvido es una metáfora de la docilidad, de consolarnos con migajas del poder, de dejar que nuestro destino se desvanezca, que nos echen a un lado para no problematizar el presente. Yo no quiero un mundo perfecto, Ercilia, quiero un mundo rebelde, cambiante. No deseo ser una fugitiva de lo que pienso, ni contrarepresentarme, ni transitar por el terreno de la historia de manera indiferente; sé que aun no he aprendido lo bastante, que mi intento de conocer el sentido de las cosas es un quehacer, una cartografía de esa identidad que llevo adentro a la cual deseo darle voz.
Por eso me suena en los oídos, lo que dijiste, cuando tu pueblo, Santiago de los Caballeros, te entregó el título de Hija Benemérita: “Hice de la Escuela un taller, y en ella mi cabeza se cubrió muy pronto de nieve, y la luz de mis ojos languidece rápidamente, sin que mi alma haya dado hasta hoy ni remotas señales de cansancio. (…) Cuando caiga rendida para siempre, tengo para mí el mejor de los epitafios, al ser colocado sobre mi tumba este título honrosísimo con que me galardona mi pueblo. Ya no quiero más, en la avaricia de mi amor…”. [6]
Y, en mi caso, venerada Maestra, sólo aspiro a morir con dignidad…
NOTAS
[1]Ercilia Pepín (1886-1939), Feminismo. (Tipografía El Diario: Santiago de los Caballeros, 1930): 19.
[2] Patria y Escuela (Santiago de los Caballeros, Talleres La Información, 1930):5
[3] Carta de Ercilia Pepín “Al General César Augusto Sandino. Campos de Nicaragua. Invicto Paladín”, Directora del Colegio de Señoritas “México”, mayo 15 de 1928 en Feminismo, p. 47
[4] Discurso de Ercilia Pepín en la Investidura de Maestros y Maestros Normalistas el 16 de agosto de 1915 en Feminismo, p. 11
[5] Patria y Escuela (Santiago de los Caballeros, Talleres La Información, 1930): 8
[6] Feminismo, p. 19 y 20